Mientras mi viejo amigo Morfeo me viene a visitar me venía a la cabeza un recuerdo de cuando en 4° de ESO tuvimos que elaborar un puzzle para la asignatura de Proyecto integrado y pensé que era una estupidez (ingenuo de mi)
Aquel simple pasatiempo no sólo nos hacía mejor la coordinación, la rapidez mental y el compañerismo sino que también tenía mucho de metáfora que son nuestras vidas.
No somos más que piezas en el gigantesco puzzle que conforma la existencia de cada uno de nosotros. Tendremos que probar mil veces antes de encajar a la perfección en algún lado pero desde luego cuando demos con la tecla esteremos en el lugar correcto para siempre. Por otro lado a veces existen piezas parecidas a nosotros pero nunca jamás serán iguales y eso nos hace únicos, cada uno tenemos nuestro sitio y no otro. Y por supuesto cuando conseguimos encajar todas las piezas somos felices pero no dejamos de ser peligrosamente frágiles por ello.
Lo que quería venir a reflexionar con todo esto en la noche de hoy es que a lo largo de nuestra vida vamos aprendiendo, acertando y fallando y al final vamos moldeando nuestro puzzle a nuestro gusto que quizás puede ser un bonito cuadro de Da Vinci o un extraño retrato de Picasso pero...
¿Qué importa el resto sí nosotros conseguimos que la sonrisa de la cara no sea más que el reflejo de la del corazón?
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