Regalo inesperado el que nos ha hecho hoy el invierno, un día de esos en el que caen gotas del cielo para regar las calles de la ciudad y convertirla ,si cabe, en un lugar aún más mágico.
Y lo mejor de los días lluviosos son las noches estrelladas, esas en las que más allá de la artificialidad a la que nos ha acostumbrado el siglo XXI, volvemos a ser lo que fuimos un día y seremos para siempre... Eternidad.
Y no amigos, ni soy hombre del tiempo ni astrólogo, no vengo a hablaros de estrellas al uso. Vengo a hablaros de esas estrellas a las que ponemos nombres y apellidos.
Ahora bien, para por un momento, ¿en quien piensas? ¿A quien añoras a cada segundo? ¿Eres capaz de recordar a esa estrella sin sonreir? ¿Eres capaz de quedarte con un sólo momento?
Pasan los segundos, pasan los días y sobre todo momentos, momentos que no volverán y momentos que son tan fugaces como esa luz del cielo que pensamos que se acaba de apagar pero que realmente hace siglos que se apagó.
No quiero poneros ni tristes ni melancólicos a las puertas de un nuevo fin de semana, todo lo contrario, me gustaría que mis palabras os llevaran a comprender la fugacidad de cada momento y así no se os ocurra volver a pronunciar nunca más esa frase tan horrible de "mejor mañana".
Y ahora que va tocando su fin esta reflexión os digo yo... ¿Me regalas un momento?
Quisiera ser esa estrella fugaz que brilla y brilla sin miedo a apagarse y creo que todos deberíamos ser capaces. Nunca dejéis de regalarle al mundo vuestra luz.
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